Alberto Rosado | Crítica

El mundo moderno en un piano

Alberto Rosado durante un momento de su actuación en el Espacio Turina.

Alberto Rosado durante un momento de su actuación en el Espacio Turina. / Luis Ollero

Apasionante propuesta la del salmantino Alberto Rosado, que montó un programa en tres bloques con música de los tres grandes maestros húngaros de los siglos XX y XXI en collages en los que las miniaturas maravillosas de los Juegos de Kurtág, los insinuantes Estudios de Ligeti y movimientos de distintas obras de Bartók fueron encadenándose sin solución de continuidad para crear una especie de espectacular ceremonia de celebración del piano moderno.

Rosado acompañó su recital de adecuados comentarios y proyectando en una pantalla las propias partituras que iba usando, lo que dio un aspecto insólito a su concierto, concebido como una sonata en tres tiempos en la que el central recogía justamente la Sonata completa de Bartók, aunque con obras de los otros dos compositores entre sus movimientos. Creó así diálogos entre las distintas piezas que apuntaron tanto a las relaciones entre parámetros musicales (intervalos, ritmos, formas, ataques...) como a cuestiones expresivas (las fanfarrias, los lamentos, las danzas, el folclore, el humor...).

Y si el planteamiento fue imaginativo y audaz, la interpretación resultó arrolladora. Rosado mostró todas las posibilidades de atacar las teclas del instrumento, logrando una variedad articulatoria extrema, manejó con soltura las dinámicas (especialmente por encima del mezzoforte), logró una claridad polifónica más que apreciable y consiguió, a velocidades en ocasiones de vértigo, una precisión rítmica en verdad increíble, si tenemos en cuenta que muchas de las piezas están llenas de desafíos polirrítmicos de altísima dificultad. Un virtuosismo de lo atlético, lo cerebral y la más profunda musicalidad.

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